domingo, 31 de agosto de 2008

EL TRABAJO INFANTIL

PARA PENSAR SOBRE UN PROBLEMA SOCIAL: EL TRABAJO INFANTIL
FUENTE FOTOGRAFÍA Y ARTÍCULO:


http://www2.lavoz.com.ar/08/08/31/secciones/sociedad/nota.asp?nota_id=235887


Es común encontrar a chicos trabajando en los 47 cortaderos de ladrillos de la comuna. Allí lo hace toda la familia, todos los días. Foto: LaVoz / Ramiro Pereyra
Domingo 31 de agosto de 2008
Edición impresa Sociedad
Nota
Infancia en peligro / Villa del Prado
El trabajo como único destino

Es el fin del mundo a la vista de todos. La ruta, más que una vía hacia un universo de posibilidades, demarca el más allá, adonde nunca se llegará.
Laura Leonelli
De nuestra Redacción

Existe un mundo que está a 10 kilómetros de Alta Gracia y 28 de Córdoba pero a miles de cualquier beneficio que puedan brindar las pequeñas y grandes ciudades. Dejar la ruta provincial 5 para entrar a Villa del Prado es dejar, por ejemplo, el acceso al agua potable en red. O las posibilidades de un futuro distinto al de comenzar a trabajar en un cortadero de ladrillos apenas finalizado el primario para seguir haciéndolo toda la vida. Es el fin del mundo pero a la vista de todos. O al menos de todos los que pasan por la ruta que, más que funcionar como una vía hacia un universo de posibilidades, es un exacto límite, la demarcación perfecta del más allá adonde nunca se tendrá acceso. Todas las calles de este poblado disperso son de tierra. El polvo, en los meses secos, vuela libre en cada rincón, ensucia la ropa recién lavada, impregna cada rostro y se mete en cada hogar. El barro, en época estival, es el único visitante, el enemigo del transporte, de la libre circulación, de las chances de salir del pueblo o de recibir al exterior. Hay una escuela primaria, una parroquia católica, una iglesia evangélica, una guardería, un jardín de infantes, un dispensario al que acude un médico una vez por semana. Y ahí se acaban las instituciones, los lugares de esparcimiento, los centros de reuniones. En Villa del Prado no hay ni un club para socializar. Ni una plaza para jugar. Hay 47 cortaderos de ladrillos en Villa del Prado, todos de explotación familiar, fuente de trabajo y vida misma de la mayor parte de la población de la comuna. El 12 de junio pasado, por el Día Mundial contra el Trabajo Infantil, La Voz del Interior publicó un informe que decía que se habían detectado a 15 chicos en situación de trabajo y que todos habían dejado el colegio. El informe se realizó a partir de una visita de una mañana a 20 cortaderos de ladrillo de empleados de la Secretaría de Trabajo y la Secretaría de Mujer, Niñez, Adolescencia y Familia con la compañía de la Unión Obrera Ladrillera. “Los chicos terminan el primario y pasan directo al cortadero. Eso si tienen suerte y no se dedican a tomar o a drogarse”, dice doña Yoli, vecina de la comuna. Hay que estar en el lugar para entender el porqué. Sin secundario. No hay colegio secundario en Villa del Prado. Hay dos cerca, pero “cerca” en este caso se refiere a kilómetros porque la distancia es enorme. Y “enorme” deja de ser un término vago e impreciso a partir de un dato: de los 23 chicos que egresaron en 2006 del primario, 60 por ciento se anotó en el secundario y prácticamente todos desertaron a los pocos meses de comenzar primer año, asegura María Fernanda Esstéreo, la directora del primario del lugar, Escuela José Hernández. Hay otras trabas para seguir el secundario, más difíciles de detectar y más dificultosas de solucionar. De esas trabas que no se deben sólo a lo económico. El ladrillero Chipino cuenta que su nieta iba a un secundario a Alta Gracia. Que, cuando llovía, llegaba al colegio llena de barro. “Los compañeros se burlaban. Era un problema llegar hasta la ruta. No quiso ir más y dejó”, dice el hombre. “Los chicos se sienten discriminados por ser de la zona. No sólo tienen necesidades económicas para trasladarse. Es más que eso”, dice una maestra de la José Hernández. Además, el valor de la educación no es el mismo que se maneja en otros lugares. Por ejemplo, cuenta la directora, 90 por ciento de los padres de los chicos que concurren a su escuela no finalizaron el primario. No hay computadoras en la José Hernández. Mucho menos un cyber al que los chicos puedan ir a jugar o buscar información, a tener contacto con la tecnología; algo común para chicos de otros mundos cercanos. La única actividad recreativa y cultural a la que pueden acceder los pobladores es un taller de folklore que se dicta todos los martes y jueves. Allí concurren unas 100 personas entre chicos y grandes. “Yo me aburro. No hay nada que hacer. Me gustaría aprender, no sé hacer nada”, cuenta una vecina en una reunión que se realizó la semana pasada en la escuela. Allí estuvieron presentes pobladores y representantes de la Copreti (Comisión Provincial de Prevención y Erradicación del Trabajo Infantil) para tratar de encontrar soluciones en común. “La única diversión que tenemos la gente grande es venir a esta reunión”, cuenta otra vecina. Muchos se ríen. Pero los que viven ahí saben de qué se trata. Ni salud ni servicios básicos. La necesidad, la postergación abunda como la tierra que sobrevuela en Villa del Prado. Hasta algo tan vital como el agua es problemático. Primero: no todos tienen acceso al agua en red que provee la comuna. Segundo: a los “privilegiados” que sí la tienen les llega un agua llena de salitre: ver cómo se acumula en la vajilla hace tenerle miedo. Igual, casi todos la toman. Maricel cuenta que, para no beber esa agua, ella va hasta Alta Gracia, allí carga agua potable en bidones y vuelve en remise a Villa del Prado. Y, además, en verano junta en un aljibe agua de lluvia que luego utiliza todo el año para lavar la vajilla. Es que tuvo un año su hijo con diarrea culpa del agua de la comuna. Y los médicos le dijeron que la única forma de que mejorase su niño era comenzar a usar agua dulce. En la reunión se pidió, por ejemplo, que de vez en cuando un odontólogo visite el lugar. “¿Por qué será que los chicos tienen todos los dientes mal?”, preguntó sin sentido retórico una mamá. También se manifestó la necesidad de que exista un colegio secundario en Villa del Prado. Tampoco hay teléfono público. Dicen los vecinos que los colectivos para ir a Córdoba o a Alta Gracia muchas veces pasan repletos a las horas pico de la mañana y para ir a trabajar o estudiar a esas ciudades tienen que tomarse el de una hora antes. Otra traba a la posibilidad de salir. El humo de un horno de ladrillos y de una fábrica de maceta se mete en los hogares y en la guardería parroquial. “Los chicos llegan con problemas respiratorios, de alergia, ampollas”, dice una de las maestras del primario. Además, hay zonas sembradas cerca del poblado. “Cuando se fumiga, no podemos ni respirar, ni comer. Acá todos nos morimos de cáncer”, dice Chipino y comienza a dar nombres de los enfermos, de los que ya murieron. Así es Villa del Prado, un poblado a 28 kilómetros de Córdoba y 10 de Alta Gracia.
Un pueblo más lejano de lo que parece
Para colmo, temen por su fuente laboral
"El zoo está tan lejos como Disneylandia"

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